Cómo organizarnos ante situaciones de emergencia

Cómo organizarnos ante situaciones de emergencia

En los sismos ocurridos en septiembre del 2017 en nuestro país, no sólo se movió la tierra ni los estragos se quedaron en el colapso de hogares y centros de trabajo. Al interior de nuestros cuerpos también sucedió un terremoto que agrietó nuestras certezas; se abrieron memorias de vida que derrumbaron el poder de la inercia y pusimos en entredicho las ideas cojas que teníamos de nuestra sociedad. Durante días enteros la tierra se tragó la tranquilidad poniéndonos de frente con un miedo crudo y primitivo de Occidente: la muerte que se da de forma inesperada.

Cada noticia recibida sobre el evento iba acompañada de una posibilidad distinta de responder con el cuerpo, pues ante una amenaza que pone en peligro la sobrevivencia, uno desarrolla códigos para ponerse a salvo: respuestas de lucha o huida ligadas a respuestas emocionales que, como veremos a continuación, pudieron acarrear también malestares físicos:

El enojo, en un principio nos ayudó a reaccionar ante la amenaza y a luchar por la vida. Sin embargo, con el paso de los días se hizo voz en los reclamos e inconformidad de la gente por la ausencia de liderazgo, en indignación por la corrupción inmobiliaria y el oportunismo de la clase política, en resentimiento por lo injusta y aleatoria que es la vida. Con esta emoción exacerbada vinieron los trastornos digestivos, los problemas de sueño e irritabilidad que dificultaban todavía más el regreso a las actividades cotidianas.

El miedo se respiró intensamente volviéndose dificultad para dormir, enuresis, apegos, terrores nocturnos, atención focalizada a posibles amenazas en caso de réplica o derrumbe de espacios cercanos y, en la falta de protocolos de seguridad que tuvieran sentido no sólo en el papel, remachando la percepción de vulnerabilidad.

Al moverse la tierra también se movió la estabilidad y la comodidad en la que nos encontrábamos para dar paso a la ansiedad, a la frustración por todo lo que faltaba por hacer, al enjambre de pensamientos obsesivos o irracionales alimentados en parte por la amplia cobertura que se tuvo en medios y redes que no dieron tregua para reacomodar lo sucedido. Asociado a esto algunos experimentaron tensión constante, mareos, náuseas, dolores de cabeza, problemas estomacales y digestivos.

El dolor que hermana, el peso en el pecho por la pérdida de vidas y de nuestros paisajes cotidianos, las ganas de llorar por el patrimonio de toda una vida esfumado en un abrir y cerrar de ojos, implicaron un desafío para soltar y adaptarse a la nueva realidad. Esto trajo consigo síntomas comunes de la tristeza prolongada: sensación de ahogo, estreñimiento y propensión a los resfriados.

Sobre la marcha, la sociedad civil tuvimos que ir acomodando nuestros miedos e incertidumbres para hacernos útiles para el otro: en la limpieza de escombro, en la recaudación de víveres o en diversas brigadas multipropósito. Manos, mentes y corazones sobraron, ya fueran nacionales o extranjeras todas estaban dirigidas a atender las nuevas necesidades que iban surgiendo minuto a minuto.

Yo, como muchos, me uní a una brigada de atención psicológica al tiempo que atendí las convocatorias de capacitación que organizaron diversas instituciones como el CENAPRED, el ILEF y el Colectivo de Prácticas Narrativas para canalizar la urgencia que sentíamos los profesionales por sumar algo desde nuestros conocimientos. El Colectivo tuvo el gran acierto de traer a América Bracho, directora de la organización sin fines de lucro “Latino Health Access” en California (la cual se encarga de entrenar a promotores comunitarios para resolver problemas locales), con el fin de sembrarnos la importancia del trabajo comunitario en un contexto como el sismo, donde las soluciones no debían verse solamente en lo inmediato o en lo técnico.

Les comparto las ideas que más me hicieron sentido y que espero animen a generar conversación 5 meses después, ahora que el sismo no ocupa la primera plana, las tortas ya no abarrotan los albergues y las necesidades siguen estando presentes.

La unidad no sucede si no existe algo que haga que suceda

La ciudad está pensada para no mirarnos, no conversar y no encontrarnos, tuvimos que redescubrirnos de entre los escombros tanto viejos como millenials y demás representantes de la estratificación social, para comprender que tanto el otro como uno mismo formamos parte de la solución de cualquier problema.

Tomar postura con respecto al problema

Es necesario preguntarse con honestidad qué es lo que uno está dispuesto a hacer, ser consciente de qué eslabón de la cadena representa y cuál será su nivel de impacto. Si yo contribuyo en una brigada de atención psicológica, no esperar que con eso el problema estará resuelto.

Plan más allá de lo inmediato

La urgencia nos hizo actuar para responder con soluciones técnicas, que si bien son importantes, también nos pueden desgastar prematuramente con respecto a las secuelas económicas, sociales y psicológicas que se van haciendo visibles al cabo de unos meses y que requieren una atención distinta, planear no desde la urgencia.

¿Quién no tiene absolutamente nada por ofrecer?

El poder no se tiene, se ejerce. Tenemos que aprender a construir nuestro poder acompañados y acompañando a otros, para eso, habremos de reeducarnos lejos de la retórica autocomplaciente que dicta que uno no tiene nada por ofrecer sino mucho que recibir, organizarnos a partir de nuestras fortalezas, de lo que sí disponemos y está a la mano,  y no desde el paradigma de las necesidades o de lo que nos sigue haciendo falta para hacer las cosas. No olvidemos que poder significa que uno puede, y el trabajo colectivo fue una muestra de eso.

Si algo tiene América por ofrecer es su amplia trayectoria llenándose de comunidad, por lo que nos comparte tips necesarios para robustecer este tipo de trabajo que, aunque no son recetas infalibles, son puentes para mirar las soluciones de manera distinta y estar mejor preparados ante las situaciones de emergencia:

 

  • Comprender que el dolor y la urgencia no son comunes para todos. No decir frases como: «entiendo lo que estás sintiendo» si a uno no se le cayó la casa ni se le murió algún familiar en el sismo
  • Deconstruir el discurso dominante que privilegia la mirada experta en detrimento del que vive directamente la situación. ¿Qué tienen por decir y por proponer aquellos a los que vemos como víctimas?
  • Las víctimas o damnificados requieren espacios para caminar sus propios miedos y tienen el derecho de decidir qué es lo que tienen que hacer con su situación actual
  • Generar conversaciones intencionales con nuestra comunidad: salir de los esquemas lógicos sacados de libros para ser reeducados por y para la comunidad
  • Conectarnos emocionalmente con el otro y crear espacios de confianza. Cuando se conoce más al otro, es más probable que se le dé un lugar en el corazón
  • Sumar sin protagonizar
  • Escucharnos, compartir y construir redes. Necesariamente

 

Finalmente, me queda claro que además de la urgencia por definir un plan de reconstrucción de las zonas afectadas, también se evidenció una emergencia de lo corporal y la necesidad por fortalecer las redes: por hacer comunidad. El reto que ahora nos toca, es que aquello que ocurrió sirva como caja de resonancia para mostrarnos un camino donde sí es posible la organización, que sí es posible brindar apoyo solidario tangible y simbólico ante el desconocido, y que no hace falta que suceda una tragedia para revisar nuestras prioridades vitales.

¿Sigues teniendo efectos a causa del sismo o conoces de alguien que presente síntomas físicos como inquietud o depresión prolongada, desesperación o dificultades continuadas en su día a día? Quizás sea momento de plantear seriamente el platicarlo con un profesional.

 Ilustración tomada de Internet

 

Para saber más:

Libro digital: “El terremoto en el cuerpo». Sergio López Ramos y colaboradores. Instituto de Investigaciones Jagüey.

TED Talks: What happens when patients become leaders on the health team? de América Bracho

 

Silvia Reyes

Maestría en Terapia Familiar

 

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